"De cáñamo tejí tu cobija, de paja trenzé tu estera,
de barro modelé la vasija, de bambú construí tu lecho;
de uvas verdes fabriqué tu vino, de sándalo perfumé tu casa
y de masa acimo hice tu pan.
Después, me acoste para esperar tu llegada.
Dormí; dormí soñando un sueño de luz,
desperté más tarde, ansiando tu llegada.
Cuando abrí la puerta, el olor a sándalo recién cortado
inundó la casa, perfumando todos los rincones.
Cuando abrí la puerta, el viento blando entró
suavizando la canícula ardiente que me abrazaba.
Cuando abrí la puerta, el sol llegó tímido al principio
para luego poseerlo todo, iluminando el interior sombrío.
Cuando abrí la puerta, la música de la plaza del mercado
tomó de sorpresa el silencio, alegrando mi soledad.
Cuando abrí la puerta, esperaba espectante el huésped ilustre
que estaba por llegar; pero en el la solera estaba recostrado
un lamentable mendigo, de la casta de los intocables.
Lo miré constrangido, sin saber que hacer;
sobre la mesa yacían las delicias para mi visitante,
el vino raro esperaba en un vaso de barro,
en el suelo la estera de paja,
en la mesa el pan de acimo y el perfume precioso...la casa estaba lista.
Afligido, desolado, temía usarlos con un triste miserable.
Y por un instante pensé en apartarlo,
levanté los ojos y pensativo y me pregunté:
¿Qué haria mi visitante si estuviera en mi lugar?
La luz del sol me tocó , el viento fresco aclaró mi idea perturbada
y la alegría de la musica me trajo el recuerdo de sus enseñanzas.
Avergonzado, me agaché y tomé en los brazos el pobre lazariento.
lo llevé con amor al interior de mi hogar;
lo bañé, lo vestí, con panes y vino lo alimenté,
le ofrecí la cama y la estera...lo conforté.
Despúes, pensando todavía en el compasivo visitante de mi casa,
lo perfumé con la preciosa fragancia y tube más deseos...
quize abrazarlo en el nombre del amado Maestro y así lo hice...
al hacerlo, ocurrió una notable transfrmación:
De la faz escuálida del mendigo, dos lágrimas rodaron,
sus ojos brillaron, con la dulzura de los inmortales,
sus manos curtidas y ásperas,
se convirtieron en dos cuencos del más limpido cristal.
Sus trajes sucios se cambiaron en en túnica de albura sin igual.
¡Atónito, dudando de mis ojos, reconocí en el mendigo a mi Señor!
Me miró misericordioso y me sonrió,
comprendí la lección sin palabras del Maestro de los maestros.
Agaché la cabeza y ni siquiera por el pensamiento,
rechazé los que se abrigan en mi puerta;
hago con ellos lo que haría por mi Señor, y al hacerlo,
recuerdo el rostro sereno y suave del tierno amigo,
el Visitante permanente de mi casa.
Traducción al español: Ligia Montoya
de barro modelé la vasija, de bambú construí tu lecho;
de uvas verdes fabriqué tu vino, de sándalo perfumé tu casa
y de masa acimo hice tu pan.
Después, me acoste para esperar tu llegada.
Dormí; dormí soñando un sueño de luz,
desperté más tarde, ansiando tu llegada.
Cuando abrí la puerta, el olor a sándalo recién cortado
inundó la casa, perfumando todos los rincones.
Cuando abrí la puerta, el viento blando entró
suavizando la canícula ardiente que me abrazaba.
Cuando abrí la puerta, el sol llegó tímido al principio
para luego poseerlo todo, iluminando el interior sombrío.
Cuando abrí la puerta, la música de la plaza del mercado
tomó de sorpresa el silencio, alegrando mi soledad.
Cuando abrí la puerta, esperaba espectante el huésped ilustre
que estaba por llegar; pero en el la solera estaba recostrado
un lamentable mendigo, de la casta de los intocables.
Lo miré constrangido, sin saber que hacer;
sobre la mesa yacían las delicias para mi visitante,
el vino raro esperaba en un vaso de barro,
en el suelo la estera de paja,
en la mesa el pan de acimo y el perfume precioso...la casa estaba lista.
Afligido, desolado, temía usarlos con un triste miserable.
Y por un instante pensé en apartarlo,
levanté los ojos y pensativo y me pregunté:
¿Qué haria mi visitante si estuviera en mi lugar?
La luz del sol me tocó , el viento fresco aclaró mi idea perturbada
y la alegría de la musica me trajo el recuerdo de sus enseñanzas.
Avergonzado, me agaché y tomé en los brazos el pobre lazariento.
lo llevé con amor al interior de mi hogar;
lo bañé, lo vestí, con panes y vino lo alimenté,
le ofrecí la cama y la estera...lo conforté.
Despúes, pensando todavía en el compasivo visitante de mi casa,
lo perfumé con la preciosa fragancia y tube más deseos...
quize abrazarlo en el nombre del amado Maestro y así lo hice...
al hacerlo, ocurrió una notable transfrmación:
De la faz escuálida del mendigo, dos lágrimas rodaron,
sus ojos brillaron, con la dulzura de los inmortales,
sus manos curtidas y ásperas,
se convirtieron en dos cuencos del más limpido cristal.
Sus trajes sucios se cambiaron en en túnica de albura sin igual.
¡Atónito, dudando de mis ojos, reconocí en el mendigo a mi Señor!
Me miró misericordioso y me sonrió,
comprendí la lección sin palabras del Maestro de los maestros.
Agaché la cabeza y ni siquiera por el pensamiento,
rechazé los que se abrigan en mi puerta;
hago con ellos lo que haría por mi Señor, y al hacerlo,
recuerdo el rostro sereno y suave del tierno amigo,
el Visitante permanente de mi casa.
Traducción al español: Ligia Montoya
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